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FRAY CARLOS DE DIOS MURIAS

Carlos de Dios Murias nació el 10 de octubre de 1945, en Córdoba, recibiendo el bautismo el 24 de noviembre, en la Parroquia del Santísimo Sacramento de La Falda, ciudad cordobesa del Valle de Punilla, en la que vivió con su familia hasta 1949.

Sus padres fueron Carlos María Murias y Ebe Ángela Grosso. Carlos de Dios fue el último de los hijos, después de tres mujeres: Hebe Elizabeth, María Cristina y Marta Elena.

Hizo el Jardín de Infantes y la Escuela primaria en un colegio de religiosas, el Colegio de la Virgen Niña de Villa Giardino que, el año en que Carlos de Dios ingresó, se convirtió en escuela mixta.

A los 9 años recibió la Primera Comunión en el Camarín de la Virgen del Rosario del Milagro, Patrona de Córdoba, que está en la Basílica de Santo Domingo (Av. Vélez Sarsfield y Deán Funes). Hebe Elisabeth usó una expresión significativa para describir la actitud del hermano y de sus compañeritos cuando recibieron el Sacramento de la Eucaristía por primera vez: «Era como que ellos esperaban un milagro en el momento de recibir la Primera Comunión».

Luego de los estudios primarios, ingresó en el Liceo Militar, donde completó sus estudios secundarios. Así lo recuerda Rodolfo Aricó, un compañero del Liceo, hoy profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), quien dijo: “Con Carlos fuimos compañeros durante cinco años en el Liceo Militar “General Paz”, en la ciudad de Córdoba, cuando cursamos el secundario. Ingresamos en el año 1958 y egresamos en el año 1962, con los títulos de bachiller y subteniente de reserva. Durante esos cinco años, vivimos en un régimen de internado, desde el domingo a la noche hasta la salida del viernes a la tarde. Por razones de estatura física, nunca estuvimos cerca, ya que Carlos era de los más bajos del curso y, además, tampoco compartimos el aula durante esos cinco años de estudio, pero puedo expresar que su persona irradiaba dos hermosas virtudes humanas: la paz y la bondad de su corazón” (Córdoba, 12 de julio de 2017).

A Carlos de Dios le habría gustado estudiar veterinaria, pero esta carrera no existía en Córdoba en aquellos tiempos. A comienzos de 1963 se inscribió en la Facultad de Ingeniería de la UNC, donde cursó sólo dos años.

Comenzó a frecuentar el movimiento universitario católico que tenía sus reuniones en la capilla de Cristo Obrero, cuyo párroco era el P. Fulgencio Rojas, a quien Carlos de Dios estimaba mucho, pues lo había conocido en el Liceo Militar, del cual el P. Rojas era capellán. Fue justamente en Cristo Obrero, junto a La Cañada, donde conoció a Mons. Angelelli con quien entabló una fuerte amistad y donde comenzaron sus primeros planteos vocacionales.

En 1965, después de dejar la Facultad de Ingeniería decidió irse a San Carlos Minas, donde estaba su padre, para hacer trabajos de campo. Los peones le tenían un gran aprecio. Después de distanciarse de su padre, en el mes de diciembre regresó a la ciudad y comenzó a trabajar en el Registro de la Propiedad. Carlos de Dios manifestaba ya su preocupación por el egoísmo de la burguesía y su estima por Angelelli, que entonces era Asistente espiritual de la Juventud Obrera Católica (JOC) y de la Asociación de Profesionales de la Acción Católica (APAC).

Marta Elena y Hebe Elisabeth describían a su hermano como un muchacho idealista, generoso, simple y apasionado. Le gustaba la música, había estudiado un poco de piano, tocaba muy bien la guitarra y cantaba. Otros testigos añaden que era solidario, que tenía un fuerte temperamento y se rebelaba contra la injusticia, que era amigo de la verdad, valiente y, al mismo tiempo, prudente. Algunos destacaron que era independiente, callado y que no buscaba sobresalir.

Por aquellos días, en la Mariápolis de Río Tercero, en un encuentro organizado por el Movimiento de los Focolares, conoció a los primeros frailes franciscanos conventuales: P. Juan Carlos Gianello y P. Livio Leonardi. Con este último mantuvo una relación epistolar de un año. El P. Livio fue una figura importante como guía para su discernimiento vocacional.

El 5 de abril de 1966 inició el postulantado en la Orden de los Frailes Menores Conventuales (más conocidos como “Franciscanos Conventuales”). En el mes de diciembre sucesivo, fue admitido en el noviciado y el 6 de enero de 1968 hizo su profesión simple. El 31 de diciembre de 1971 hizo su profesión solemne.

Terminada la formación filosófica y teológica, el 17 de diciembre de 1972 fue ordenado sacerdote, es decir, recibió el presbiterado de manos de Mons. Angelelli. Vivió los siguientes dos años en calidad de vicario cooperador, primero en la Parroquia “Cristo del Perdón”, en La Reja y luego en José León Suárez, ambas localidades de la Provincia de Buenos Aires, donde tuvo ocasión de desarrollar una intensa acción pastoral, especialmente con los jóvenes y con los más necesitados.

De marzo a julio de 1975, Fr. Carlos de Dios visitó Chamical, diócesis de La Rioja, en vistas a establecer allí una comunidad de la Orden de los Frailes Menores Conventuales. El 6 de mayo Fr. Jorge Morosinotto, Custodio Provincial, le escribió una carta, en la que se alegraba por la actividad apostólica que éste estaba desempeñando en Chamical y le prometió: “sinceramente insistiré con el P. Benjamín y con otro sacerdote que tú conoces, para que en el ’76, formen una fraternidad en La Rioja, si Dios quiere”. El 12 de junio sucesivo, siempre desde Chamical, Fr. Carlos de Dios escribió una carta a Fr. Jorge Mohamed, diciéndole: «La gente es macanuda y está muy contenta conmigo, están ya rezando para que me quede y abramos una fraternidad, ojalá se pudiera concretar. Sería abrir una ventana a la vida para la Orden”.

Entusiasmado con el dinamismo pastoral diocesano, la estrecha comunión y cooperación de los sacerdotes y religiosas con el obispo, el 27 de febrero de 1976 fue destinado de manera estable al servicio de la Diócesis de La Rioja y el 6 de mayo, Mons. Angelelli lo nombró vicario cooperador de la parroquia “El Salvador” de Chamical.

Muy cercano a la gente, en sus homilías denunciaba con fuerza las injusticias perpetradas por quienes detentaban el poder político en aquella época.

En una de sus últimas homilías había dicho: “Podrán acallar la voz de Carlos Murias o la de nuestro obispo Enrique Angelelli o la de cualquier otra persona en cuanto tal, pero jamás la de Cristo, que clama justicia y amor desde la sangre del justo Abel hasta la que en sudores de sol a sol es derramada por nuestros hacheros…” (Homilía del Domingo IV de Pascua. Chamical, 9 de mayo de 1976). Una expresión similar fue escuchada por última vez, durante la Misa que celebró el día en que se lo llevaron: “Podrán callar la voz de Carlos Murias, pero no podrán callar la voz del Evangelio porque es la voz de Dios”. Efectivamente, ese Domingo 18 de julio de 1976, mientras estaba cenando en la casa de las religiosas del Instituto “Hermanas de San José”, fue secuestrado junto al Siervo de Dios Gabriel Longueville por algunas personas que se presentaron como miembros de la Policía; ambos fueron asesinados en la noche de ese mismo día.

En la carta de condolencias, que el Clero de la Diócesis de La Rioja había dirigido a la Familia Murias y en la que manifestaban que Carlos era un auténtico mártir, recordaron una expresión con la cual éste habría definido su vida: “Más vale morir joven, habiendo hecho algo por Jesucristo y su Evangelio, que llegar a viejo sin haber hecho nada” (La Rioja, 24 de julio de 1976).